paraguas

Paraguas

Siempre que veo un paraguas me pasa lo mismo y me da por pensar en lo mal diseñados que están.
 Así, a simple vista, uno puede pensar: “¿qué le pasa al paraguas? ¿no está bien?”, pero si lo piensa mejor verá que es un instrumento que, cuando menos, no está del todo bien terminado.

Lo primero que me gustaría resaltar es que la lluvia va a menudo acompañada de viento, los temporales tienen esas cosas. Pues bien, no creo que haya objeto menos aerodinámico que un paraguas. Te ves a la gente luchando contra el viento y esquivando al niño que salió volando porque su madre fue tan irresponsable que le compró un paraguas infantil en las rebajas.
 Infantil, ¡qué ilusa!. Aunque le pongan un dibujo del Peppa Pig, un paraguas no puede ser infantil. Un paraguas es un arma y eso lo sabían bien los de la KGB. En algunos pueblos del sur se han celebrado campañas “paraguas por juguetes”.

Un paraguas tiene tendencia a que la tela se le suelte de las varillas. Las varillas son así de inquietas y aficionadas al strip-tease. Eso ayuda a que te mojes algo más, porque, digámoslo claro, los paraguas no protegen de la lluvia. Eso es un mito urbano. Sospecho que lo lanzó la KGB como tapadera, y claro, la industria paragüera no le iba a contradecir.

Pero no era de mojarse de lo que quería hablar, sino de lo peligrosas que son esas varillas. En época de lluvias aumenta el número de tuertos, está estudiado. Lo bueno de los paraguas negros es que la tela te sirve para confeccionarte el parche para el ojo. Y si es de los que cierra con una tirita rematada en velcro, te puede quedar un parche muy coqueto.

¿Y qué me decís de la propensión de los paraguas a darse la vuelta y pasar de ser convexos a ser cóncavos? De buenas a primera se convierten en recipientes de lluvia. Y ahora vas tú e intentas luchar contra viento y paraguas para devolverlo a su posición original. El precio es que mientras lo intentas tienes dosis doble de agua, y cuando lo consigues dosis cuádruple, te echas encima todo lo que el paraguas ha recogido mientras tanto.

Otro defecto de los paraguas es su ausencia absoluta de maniobrabilidad. ¡Qué difícil es atravesar una puerta con un paraguas! Circula el rumor de que trae mala suerte abrir un paraguas en interior. En realidad lo que pasa es que luego no hay quien cruce la puerta. El resultado suele ser siempre una o dos varillas rotas más y un nuevo incremento del número de tuertos.

Ir por una acera transitada un día de lluvia es un espectáculo. Doblamos el paraguas a la derecha para que pase otro, luego lo subimos para que pase una persona más baja, luego otra vez a la izquierda… Al final sólo nos falta cantar para parecernos a Gene Kelly.

Cuando dos personas comparten paraguas es necesario que ambos tengan la misma altura. Si no es así siempre hay problemas. Si lo coge la más alta, la más pequeña recibe ración extra de lluvia, por no hablar del estrés que le provoca tener que ir siguiendo la vertical del paraguas. Si lo coge la más pequeña, la alta parece como embutida y pierde toda perspectiva de la realidad; su mundo queda reducido a pies andando sobre un suelo encharcado. No es de extrañar que los días de lluvia aumenten las depresiones.

Los paraguas tienen otro gran defecto: se pierden fácilmente. Eso es un signo evidente de lo que los odiamos. A la mínima les damos largas. Se calcula que el 65% de las cosas que hay en las oficinas de objetos perdidos son paraguas. Ese número es conocido por los matemáticos como “constante de pérdida paragüera” y es siempre el mismo sea cual sea la zona del planeta. Se ha demostrado que la cantidad es idéntica en las oficinas de objetos perdidos de Albacete que en las del Sahara. Incluso en el norte de Finlandia, donde el 15% de los paraguas llevan GPS, se obtiene el mismo resultado.

Odiamos tanto a los paraguas que apenas dejamos que entren en las casas. Se quedan en la puerta, para eso se inventaron los paragüeros, que son como las barras que hay en la entrada de los supermercados donde siempre hay un perro triste e inquieto mirando al interior. Los paraguas son conscientes de lo poco queridos que son por los humanos, así que cuando un paraguas es dejado en un paragüero, se queda con la duda de si será ésa la última vez que verá a su amo. Los paraguas son muy sensibles, por eso, si miramos bien, veremos que debajo se acumulan sus lágrimas.
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